Había días en que me tocaba pensando en él,
otros tantos, en que se lo hacía saber,
hacía que escuchara mis gemidos,
para que así recordara lo incendiario que era
a kilómetros de distancia.
Él y su universo poseían detonantes incalculables,
era un pirómano de lujurias;
nunca dormía en mi cama, pero ella olía a él,
su silueta estaba marcada en mi mente,
su fragancia permanecía impregnada en mí,
porque él simplemente olía a placer.
Eran incontables los días en que quedaba presa de sus encantos,
su delgado cuerpo moreno,
y lo que él producía era sin duda un elixir,
un imán del cuál no me quería alejar.
Siempre que le pensaba con mis manos,
me gustaba imaginarlo recorriendo mi cuello,
mis piernas, mis senos,
miles de besos y mordiscos repartidos
producían en mí una sensación de confort.
Mi alma y mi cuerpo le ansiaban a cada instante,
no hacía falta que estuviera rozando mi piel físicamente,
porque durante nuestra distancia,
me perdía para encontrarme tocándonos mutuamente.
AnaHat